Está en peligro la figura del traductor?

¿Está en peligro la figura del traductor?

A medida que avanzan las nuevas tecnologías y salen al mercado nuevas aplicaciones de traducción automática, también aumenta la incertidumbre sobre si algún día, estos sistemas conseguirán desbancar al traductor ¿puede estar en peligro la figura del traductor?

Desde que estas aplicaciones se basan en el deep learning y no tanto en la estadística, cada vez abarcan más ámbitos, más vocabulario y modifican su sintaxis para que el texto resulte más idiomático. Tanto es así que muchos sostienen que, un texto traducido automáticamente y posteriormente revisado por un traductor, resulta igual de válido y correcto que una traducción hecha exclusivamente por un profesional. En algunos casos, dicen que con esta primera alternativa, se obtiene un resultado incluso mejor.

Algo parecido ocurre con el papel de los intérpretes. Ahora existen aparatos informáticos multilingües como Travis the translator, iTranslate o Speak & Tanslate, que permiten ir traduciendo a medida que el interlocutor habla, por lo que estos también podrían relegar el toque humano a un segundo plano. Es cierto que a utilidad de estos dispositivos es innegable en ciertos contextos al fomentar la comunicación entre dos personas que hablan idiomas distintos. E incluso pueden ser una buena alternativa para aquellos que viajan mucho y pasan una semana aquí y otra allí. Pero, ¿hasta qué punto son buenos? Estos aparatitos pueden sacarnos de un apuro en un momento, pero la realidad es que la comunicación se convertiría en algo mucho menos personal.

¿Hasta dónde llega su alcance?

Hay cosas que las máquinas todavía no son capaces de traducir: distintos sentidos y miles de matices que solo podemos saber gracias al contexto. Así mismo, las frases hechas, los usos metafóricos, los refranes, etc., aún están lejos de la comprensión de la inteligencia artificial. Sin embargo, esto está empezando a cambiar.

Está en peligro la figura del traductor?

Pongamos como ejemplo el traductor de Google. Antes, la herramienta estaba bastante desmejorada, ya que traducía palabra por palabra, no conjugaba bien los verbos y las concordancias también le bailaban un poco. Sin embargo, ahora su algoritmo se ha actualizado de forma que asemeje su comportamiento a cómo se comportarían las neuronas del cerebro humano. La versión actual, es capaz de analizar la frase en su conjunto y también incluye en su almacenamiento interno distintos campos semánticos que ayudan a ser más exactos a la hora de traducir ciertas unidades cuyo significado no es literal. Y, por si fuera poco, el programa aprende al analizar la información que introducimos.

¿Amigo o enemigo?

Sabemos que estas traducciones no son cien por cien fiables, ni mucho menos, pero para eso está el traductor, para tomar decisiones y dotar al texto de esa naturalidad que los traductores automáticos no son capaces de producir. Por eso, más que ver esas herramientas de traducción automáticas como un enemigo, debemos considerarlas exactamente como lo que son: herramientas. Herramientas que nos permiten traducir de forma más rápida y precisa, que nos ayuden a comprender el sentido general de alguna frase o algún párrafo que nos resulte oscuro.

Por esa misma razón, parece mucho más lógico pensar que la labor del traductor y la de los programas de traducción automáticos no son excluyentes entre sí, sino que ambos pueden trabajar en conjunto. El traductor siempre será necesario para identificar la intencionalidad del texto y los matices de los que hablábamos antes en esas expresiones que no tienen un significado ni una traducción literal.

El traductor se encarga de identificar el estilo, de determinar todos los componentes del texto y lo quiere decir, de dotarlo de emoción. Aquí es precisamente donde la inteligencia artificial no ha salido todavía victoriosa.

 

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